Aunque es un libro que leí hace ya algún tiempo, se me ha ocurrido hablar sobre él. Probablemente, una de las novelas que más polémica ha levantado en los últimos años. El otro día me preguntaron “¿vende la polémica?”. El código Da Vinci, de Dan Brown, es el ejemplo perfecto para ver que sí.
Ojo, no quiero decir con esto que la novela, por sí misma, no tenga suficientes méritos como para merecer ser leída. He de reconocer que me encantan las tramas que salen de la mente de este autor, aunque en cuanto al desarrollo se echa en falta más originalidad –bueno, yo la echo en falta–. Tras hablar con varias personas, se llega a una conclusión bastante curiosa: la gente que ha leído El código Da Vinci y luego Ángeles y Demonios en general piensa que la primera es la mejor. Peeeero lo mismo pasa al revés; los que han leído Ángeles y Demonios y posteriormente El código Da Vinci dicen que la mejor es Ángeles y Demonios.
Como digo, en mi opinión esto se debe a que la intriga que el lector tiene en la primera novela de Brown, deja de ser tan fuerte en la segunda (o siguientes), pues el uso de unos recursos muy similares hace que resulte bastante sencillo saber lo que va a ir ocurriendo.
Me centraré ahora en la novela en cuestión. El código Da Vinci es el segundo libro en el que aparece el profesor Robert Langdon, experto en simbología. En esta ocasión, un misterioso asesinato en el Louvre le pondrá en el punto de mira de la policía francesa y, tanto para exculparse como por curiosidad, Langdon comienza una investigación que le llevará a realizar descubrimientos asombrosos que podrían hacer tambalear los cimientos del cristianismo.
Puzles y acertijos se mezclan de forma fluida con traiciones y asesinatos, haciendo de esta historia una lectura entretenida y con más de una sorpresa (cómo digo, sobre todo si no hemos leído nada de Brown con anterioridad). Es un Best-Seller, y como tal hay que tratarlo, ni más ni menos. Por mi parte, me reconozco fan de Dan Brown.
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