Ágora

(Para ir al primer capítulo, pincha AQUÍ o selecciónalo en el índice situado en la barra lateral derecha de la página)
Al contrario de lo que hice con el Jurla, en esta ocasión
devolví al ser ultraplanar de regreso a su mundo. La desolación que había
dejado tras de sí, de la que yo era el único responsable, me recordó a
Surterro; el suelo era un inmenso charco rojo, salpicado con los pedazos de
cuerpos que la criatura no había devorado.
Esa visión de cuerpos mutilados me trajo de nuevo a la
realidad. Cuando fui consciente, verdaderamente consciente, de lo que había
hecho, no pude reprimir una arcada. Abandoné el edificio a toda prisa, impelido
tanto por la repulsión que me producía el macabro espectáculo como por el temor
a ser atrapado. Algo que de seguro hubiese ocurrido de haber permanecido dentro
unos minutos más, pues la guardia de la ciudad no tardó en hacer acto de
presencia.
—Humano. —Escuché una voz ronca a mi espalda y me di la
vuelta para encontrarme frente a un Hanting. No era como el resto de los que
había visto por la capital: sus ojos parecían más vivos. Me quedé esperando a
que siguiera hablando pero, en lugar de eso, me indicó con señas que lo
acompañara.
Y así lo hice.
Tras una corta caminata, llegamos a un desvencijado
edificio. Mi guía pasó al interior y yo hice lo propio, hallándome así en una
pequeña sala sin ventanas, iluminada por un par de antorchas cuya luz apenas
permitía distinguir las siluetas de los presentes. Aun así, pude contar al
menos a siete individuos. Todos Hantings. El que me había llevado hasta allí se
puso a hablar en voz muy baja con un par de los presentes, que no tardaron en
avanzar hacia mí.
—¿Es cierto? —preguntó el que tenía más cerca—. ¿Has
detenido una pelea?
Respondí afirmativamente, mientras me intentaba preparar
para lo que pudiese ocurrir allí.
—Lo importante, Tolén, es cómo lo ha hecho —dijo otra voz,
esta vez femenina—. ¿Quién eres, humano?
—Podéis llamarme Tak-Harek
—respondí yo con firmeza. Esperaba escuchar voces de asombro, de sorpresa; no
fue así. Enseguida me di cuenta de que era poco probable que aquellos Hantings
hubieran tenido la oportunidad de leer profecías, o de conocer siquiera su
propia historia.
—Él es Tolén, nuestro líder —me dijo ella, señalando al
Hanting que me había hablado al llegar—, y yo soy Kela. Según nos acaban de
informar, eres capaz de usar los Poderes Divinos. ¿Cómo es posible tal cosa?
Las siguientes horas las invertí en narrarles mis últimos
años: cómo fui capturado en Surterro, las historias que me contó Yaara, mis
cinco años como Errante y la importancia de reunirme con el Gran Adalid, aunque
prescindiendo de detallar que la misión que me había sido encomendada no era
otra que la de acabar con él. He de decir que me escucharon muy atentos, sin
interrumpir mi relato salvo para ofrecerme algo de bebida, de cuando en cuando.
—Antes de encontrarme con Tamiré tenía intención de entrar
en la Torre, pero el acceso es… complicado.
—Nosotros podríamos ayudarte a hacerlo —me dijo Tolén que,
al igual que el resto, no había pronunciado palabra alguna desde el inicio de
mi narración—. Pero, extranjero, esa historia que acabas de contar es, como
poco, difícil de creer. ¿Por qué deberíamos ofrecerte apoyo?
Mi ánimo tras la dura jornada no era demasiado bueno, y eso
hizo que mi contestación no fuese la más cortés.
—¡Habéis sido vosotros quienes me han traído aquí, y los que
os interesabais por lo que había hecho! Si no os he convencido con palabras,
puedo pasar a los hechos.
No te asustes; no creo que hubiera cumplido mi amenaza,
pasara lo que pasase. Simplemente estaba cansado e irascible, y mi impulsiva
actuación previa con los espectadores de la pelea,
como la habían llamado, era algo que no tenía la más mínima intención de
repetir. En cualquier caso, tal como había supuesto, mis palabras sirvieron
para disolver las dudas de los Hantings y, poco después, me empezaron a
explicar de qué forma accedería a mi destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario