David J. Skinner

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Relato - El regalo

Andrés sacó las llaves del portal varios metros antes de llegar, y durante los últimos pasos se dedicó a jugar con el pequeño llavero que había recibido como regalo hacía tantos años. Abrió la maciza puerta de madera y se introdujo en la oscuridad del interior con la naturalidad que acompaña a los actos reiterativos.

Esta vez, sin embargo, no sería como las demás veces.

Ya antes de pulsar el interruptor e iluminar el pasillo, le pareció ver un pequeño bulto junto a la puerta de su casa. Algo cuadrado, pequeño e inmóvil.

—¿Qué…? —Era una caja envuelta con una cinta roja, como si se tratara de un regalo. Miró alrededor, como esperando que alguna persona apareciese tras una de las puertas anteriores a la suya felicitándole erróneamente por su cumpleaños. Llegó hasta la caja sin que ninguna puerta se abriese y se agachó junto a ella.

Descartado el falso cumpleaños, las opciones eran pocas. Por su cabeza pasaron decenas de películas en las que un personaje abría una misteriosa caja para terminar volando en mil pedazos, o bien descubría en su interior alguna parte del cuerpo de un ser querido. Pero él no tenía seres queridos, después de todo, ni tampoco creía que nadie se tomara el tiempo y la molestia de fabricar una bomba para acabar con su vida, habiendo formas más rápidas y económicas. Así pues, ¿qué podía hallar dentro?

Solo había una forma de descubrirlo.

Desató el lazo con más facilidad de lo esperado y se dispuso a levantar la tapa. El corazón, cuyo ritmo ya había aumentado antes, ahora parecía querer salir cabalgando de su pecho. Respiró profundamente antes de mirar el interior.

Nada.

La movió con brusquedad un par de veces y acabó volteándola, sin obtener ningún resultado. En lugar de calmarle, la inesperada vacuidad resultaba más inquietante que cualquier cosa que pudiera haber encontrado dentro. ¿Qué significaba aquello?

—¿Es alguna clase de broma? —gritó, volviendo a mirar en dirección a las puertas inmóviles—. ¿¡Es una broma, hijos de puta!?

Lanzó la caja contra una de las puertas, sin conseguir otra cosa que un leve sonido de cartón contra madera.

—¿Andrés?

Era una voz de mujer. Su voz.

—¿Cecilia? —preguntó tímidamente—. ¿Eres tú?

No podía tratarse de ella. Aunque, la verdad, sonaba igual que ella.

Se acercó hasta el origen de la voz, que no era otro que la propia caja vacía. Los latidos eran ahora tan fuertes que notaba cómo las venas de todo su cuerpo parecían a punto de estallar; la cabeza le dolía, y las piernas apenas eran capaces de obedecer sus órdenes. Con esfuerzo, logró llegar hasta la caja y se agachó junto a ella, recogiéndola de nuevo.

—Es ahora o nunca —dijo otra voz, esta vez de hombre. No fue capaz de reconocer de quién se trataba, a pesar de que le resultaba familiar. Mientras giraba el objeto entre sus manos, la luz comenzó a atenuarse en el pasillo. No se apagó de golpe, como era habitual, sino que le pareció ver tentáculos negros que dejaban tras de sí un rastro aterrador de negrura.

Porque sí, Andrés sintió miedo ante la oscuridad que parecía querer engullirle. Una vez más pudo escuchar a Cecilia —estaba seguro de que se trataba de ella—, si bien las palabras resultaban lejanas, incomprensibles. Las manos le temblaban, y poco faltó para que dejase caer la caja. En lugar de eso, observó su interior una vez más. Había algo dentro, después de todo; podía ver una pequeña sala con diminutos individuos moviéndose en su interior. Y había una luz.

Notaba el frío que trasmitían las tinieblas que estaban cerniéndose sobre él, exhortándole para que saliera corriendo y dejase aquel objeto. Sabía que si entraba en casa todo estaría bien. Y, aun así…

—¡Cecilia! —gritó con fuerza— ¿Puedes escucharme?

La oscuridad le envolvió. Era el fin.

—Te escucho, mi amor.

Abrió los ojos con esfuerzo. Se encontraba en aquella sala, que ya no era pequeña, junto a un hombre sonriente con bigote y pelo escaso, vestido de médico. A su derecha se encontraba Cecilia quien, a pesar de tener lágrimas en los ojos, también mostraba una sonrisa.


(Este es uno de los ejercicios que Literautas propone. Podéis ir a la página de su grupo en Goodreads en Goodreadshttp://www.goodreads.com/group/show/105356-literautas, o a su blog en http://www.literautas.com/es/blog/)